sábado, 16 de abril de 2011

EL CEMENTERIO MARINO (en castellano)






Autor: Paul Valéry.

(Original en francés).

Traducción al castellano: fernando reyes franzani



EL CEMENTERIO MARINO





                                                Alma mía, no aspires a la vida inmortal,
                                                            pero agota el campo de lo posible.

                                                Píndaro.


I

Calmo ese techo, surco por palomas,
palpita entre los pinos y las fosas,
que, justo el mediodía, de fuego arma:
¡El mar, el mar, renaciendo cual siempre!
Para el pensamiento, largo un presente
que percibe de los dioses su calma.


II

Qué pura luz en su esplendor consume
tantos diamantes de impalpable espuma,
y cuánta paz parece que se asume
cuando sobre el abismo un sol se acuna:
Trabajo puro de una eterna lumbre,
rielar del tiempo, sueño es la cultura.


III

Cierto tesoro y Templo de Minerva.
Quietud cuán grande y en visual reserva.
Agua parpadeante, ojo que en ti guardas
tanto de sueños bajo un velo en llamas:
Edificio del alma: ¡Oh, mi silencio!
Por mil tejas de oro, cubierto techo.


IV

Que un suspiro cifre: Templo del Tiempo,
del mi mirar marino todo envuelto
me acostumbro, y a su pureza yo alzo,
como a los dioses, mi mejor ofrenda
que el agua al rutilar sembrando deja
en las alturas, desdén soberano.


V

Como el fruto que deshácese en gozo,
y en delicia su ausencia se convierte
en una boca en que su forma muere,
mi futura humareda aquí yo sorbo;
y el cielo canta al alma consumida
mudanza, en el rumor de las orillas.


VI

Cielo, cierto y bello, obsérvame en cambio
después de tanto orgullo, tanto extraño
ocio pleno, a sus poderes avaro
me abandono en este brillante espacio:
mi sombra va sobre, de muertos, casas
que en su leve movimiento me atrapan.


VII

A lumbres del solsticio expuesta el alma
me estoy, oh admirable, sosteniéndote:
justicia de la luz de crueles armas,
pura te retorno al primer soporte.
¡Mírate! Devolver la luz arroja
esa otra, su mitad, a triste sombra.


VIII

Para mí sólo, a mí solo, en mí mismo,
cerca el corazón, fuente del poema,
entre el suceso puro y el vacío
de mi grandeza interna espero el eco,
cisterna amarga y sombría resuenas:
siempre a futuro, do en el alma un hueco.


IX

Del follaje, y falso cautivo, sepas
de sus débiles rejas voraz golfo,
por deslumbre oculta, mis ojos cierras;
y el cuerpo me arrastra a fin perezoso:
¿y me atrae, en huesa tierra, cuál frente?
piensa eso una centella: mis ausentes.


X

Me place este lugar, reino de teas,
hecho de oro, umbríos árboles, piedras,
consagrado a la luz, fulgor terrestre,
fuego atrapado, inmaterial y sacro,
mármol trémulo tantas sombras bajo,
donde el mar fiel, entre mis fosas, duerme.


XI

Aparta al idólatra, poderoso
mastín, si en sonrisa de pastor, solo,
apaciento corderos misteriosos:
el blanco rebaño de quietas fosas,
y aleja las calmas cautas palomas:
los sueños vanos de ángeles curiosos.


XII

Aquí llegado, es lento el porvenir.
Tañe a sequedad el nítido insecto,
y el aire le acoge todo deshecho
sin saber en qué esencia su vivir;
cuando ebrio de ausencia: la vida es vasta,
y la amargura dulce y el alma clara.


XIII

Los muertos, ocultos bien son en tierra
que en su misterio sécalos y abriga,
el mediodía reposando encima
reconcíliase a sí mismo y se piensa
diadema perfecta en su cabal testa:
donde en ti soy, la mudanza secreta.


XIV

¡Quién sino yo contiene tus temores!
así mis dudas, contrición, dolores,
la impureza son de tu gran diamante.
Y en sus noches, y grávidas de mármoles,
un incierto pueblo enraizado en árboles
ya morosamente apoya, tu parte.


XV

Reunidos en una espesa ausencia
el rojo lodo bebe la alba esencia
y el don de vida hacia las flores pasa.
¿Dónde mueren las frases familiares,
el propio arte, las almas singulares?:
Donde téjese el llanto, hílanse larvas.


XVI

Niñas excitadas, su angustia en gritos,
ojos, dientes, párpado humedecido,
la sangre que brilla en labios rendidos,
el pecho que encanta y juega con fuego,
los últimos dones, sus guardas dedos:
todo cae a tierra y reentra al juego.


XVII

Y tú, alma grande, ¿aún un sueño sueñas
que de engaño su color no posea?
Que ojos mortales onda y oro defraudan.
¿Cantarás cuando seas vaporosa?
¡Ve! ¡Todo huye: es mi presencia porosa!
Muere también la impaciencia sagrada.


XVIII

Magra inmortalidad, negra y dorada,
horriblemente consuelas laureada
fingiendo a la muerte: seno materno.
Quién no conoce la bella mentira,
Quién no ésa rechaza: la argucia pía:
Un cráneo vacío: Reír eterno.


XIX

Padres profundos, vacías cabezas,
que bajo la opresión de ser la tierra
en paladas: confunden nuestras huellas.
El cierto gusano en terca carcoma,
no, para quien bajo tablas reposa,
de vivos vive, ya nunca me deja.


XX

Amor quizás, ¿o de mí mismo el odio?
su oculto diente me ronda tan próximo
que todo nombre sabe en convenir.
¡No importa! Él ve y toca, él sueña y quiere,
sobre mi lecho mi carne apetece,
siendo en su vida, elegí su vivir.


XXI

Zenón, cruel Zenón, Zenón de Elea,
me has herido con tu alada flecha:
Vibra y vuela, y no avanza sin embargo.
Mátame la flecha que al silbo nazco.
Ah el sol: cómo tortuga hace al alma
en sombra: Aquiles quieto aún si afana.


XXII

¡Basta! De pie. Al tiempo venidero!
La idea cavilante quiebre el cuerpo,
y mi pecho absorba el naciente viento.
La frescura por la mar exhalada
devuelva, su poder salino, a mi alma
y en ola ondule en vida rebrotada.


XXIII

Sí, grande mar de delirios dotada,
piel de pantera, clámide horadada
por miles de luz, ídolos de fuego:
hidra total, tan ebria de tu carne
terrible, muerdes tu cola estellante
en un estruendo, igual al silencio.


XXIV

Preciso es vivir, el viento se eleva
inmenso, y abre mi libro y lo cierra,
roca, la ola en polvo, a brotar se arrogue.
Vuelen todas páginas deslumbradas,
rompan olas de aguas regocijadas
el calmo techo donde pican foques.



fernando reyes franzani.
Santiago, Chile, 24 de Mayo de 2009.
09 de octubre de 2010.






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